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Inteligencia artificial y Big Data, ¿para mejor o para peor?

La primera revolución industrial vio el nacimiento no solo de máquinas que cambiarían el mundo, sino también de un apasionado debate sobre cómo debían ser las sociedades… Décadas de conflicto político dieron lugar a la regulación de los mercados laborales, la consagración de la educación universal y la emancipación, al nacimiento del sufragio universal y de la atención sanitaria. Frente a su propia transformación por motores de producción en masa, las sociedades se preguntaron cómo sería el empleo seguro y eficaz en este nuevo mundo y qué significaría para las personas llevar vidas valiosas en medio de enormes transiciones demográficas y globales.

Desde la perspectiva de nuestra segunda era de las máquinas, es fácil olvidar que ya hemos pasado por siglos de continuas perturbaciones tecnológicas que han llevado a cambios impuestos por la tecnología, pero también a una reevaluación social de qué se valora y cómo preservarlo. Una sociedad que ve a los trabajadores sólo como costes que pueden ser recortados no ha aprendido la lección de las máquinas; más bien, es una lección impuesta. Podemos estar viviendo en una era de creciente ansiedad en torno a la inteligencia artificial, pero un motivo de mayor alarma o de esperanza, deberían ser los valores e intenciones de quienes la construyen, junto con los objetivos que la IA perseguirá en su nombre.

El móvil es el invento más emblemático de nuestra era; representa una revolución en sí mismo y es el punto en que confluyen otras muchas revoluciones: Internet y redes ubicuas, el GPS y sensores capaces de transmitir gran cantidad de información sobre ubicaciones específicas en tiempo real, potentes servicios en la nube, la observación e interconexión masiva de miles de millones de seres humanos y billones de puntos de datos.

Una consecuencia inmediata de todo esto es que cientos de millones de personas acceden directamente a servicios y herramientas que hace tiempo disfrutaba una minoría: pagos y banca, comercio e inversiones, identificación personal verificada, etc. Es fácil olvidar que, hasta hace una década, todo esto estaba reservado a muy pocas personas. Ahora el sistema de pago M-Pesa procesa más de 600 millones de transacciones/mes en África. El servicio chino de pago Alipay tiene más de 270 millones de usuarios activos (y más de 400 millones de cuentas). A mayor escala, el 99% de la población adulta de la India, más de 1.100 millones de personas, se ha registrado en el nuevo sistema de identificación digital que sirve para acceder a prácticamente todo: pagar impuestos, ir a votar, viajar e incluso casarse. El potencial de inclusión, eficiencia y emancipación es inmenso, como también lo es para la vigilancia, el control y el abuso.

Estamos muy ocupados traduciendo el tejido de nuestras sociedades a algo que puedan leer las máquinas: a datos a una escala que sólo ellas pueden gestionar y que alimentarán a la siguiente generación de aprendizaje automático. En medio de todo ello hay dos cosas por encima de las demás: la calidad de nuestra traducción y su capacidad de interacción y mejora. Los crecientes volúmenes de datos gestionados por nuestras herramientas, si se usan bien, pueden alimentar información intuitiva que enriquece la vida humana. Pero también pueden crear un mundo cerrado donde se tomen decisiones sin nuestra supervisión. Esta es la diferencia entre herramientas con las que se puede disponer de registros sanitarios completos en cualquier lugar, y herramientas que niegan un seguro a alguien según la lectura algorítmica de su vida.

Las organizaciones del sector público y privado, más que nunca, tienen voz y voto a la hora de decidir cómo influyen en la sociedad la inteligencia artificial y estas tecnologías. Tienen una responsabilidad corporativa para traducir el potencial de la tecnología en un bien social y moral.

Esta es una era sin precedentes, tanto en ansiedades como en esperanzas, porque afecta directamente a miles de millones de seres humanos. No obstante, nunca he estado tan emocionado por ver qué futuro podemos construir y qué podemos llegar a ser en él.

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